Jeremy tenía dificultad al respirar. La noche le transportaba a una espiral
de pensamientos que se acumulaban uno tras otro sin dejar espacio al descanso.
La luna no brillaba y la tormenta parecía acercarse a pasos largos hacia su
habitación. El calor de agosto obligaba a abrir la ventana y respirar con
esfuerzo la ligera brisa húmeda que anunciaba un cambio de tiempo. Desde su
cama podía ver los relámpagos a lo lejos y el sonido de los truenos que decían
“venimos a verte, venimos a verte”. En la calle solo unos pocos se atrevían a
desafiar lo que estaba por venir y sus risas y el olor a porro irrumpían lo que
parecía ser una noche perfecta para romper la rutina de un verano sofocante.
Entre bostezos y un ojo abierto Jeremy pensaba en la inutilidad del ser humano.
Suelen pedir esperando siempre algo a cambio y alardean de sus triunfos sin
saber que la única verdad está dentro de ellos mismos. ¿De qué les sirve estar
rodeado de tanta gente cuando en realidad mueren solos? Hablan en voz alta como
si quisieran demostrar algo que ni ellos saben, comulgan con unas reglas que la
sociedad ha establecido vete a saber dónde y algunos luchan por no romperlas
porque no les queda otro remedio para ser aceptados por los demás. Esa
necesidad continua de aprobación ajena y ese miedo al desprecio les llena de
una angustia pasajera que como una idea tóxica viene y va circulando en el mismo
sentido.
Jeremy no entendía la necesidad de los humanos por romper el silencio,
cubrirlo de sueños inalcanzables que les llevan a fustraciones, desengaños y
trastornos mentales innecesarios. Le costaba creer que las amistades pudieran
destrozarte el corazón por ser fugaces, que el amor fuese tan necesario como
para buscarlo durante una vida entera, que la soltería estuviese vista como la
lacra de la existencia del individuo, que la pansexualidad fuese un desvarío
del deseo y que la conciencia humana siga luchando por el reto de conseguir lo
que ni ella sabe. Es difícil ser humano, es difícil perseguir un deseo sin
saber qué camino coger, qué beso guardar como el definitivo, qué obsesión
repetir para deshacerse de la inseguridad…
Son tantos los caminos amargos de la humanidad que vale la pena seguir
siendo gato-pensó Jeremy. Algo bueno debe tener ser felino: te dan de comer, te
miman, te tratan como cojín de peluche para rebajar sus fustraciones y te
hablan con un tono de voz que a veces roza lo cómico.
La tormenta y el granizo daban las buenas noches a los pensamientos de
Jeremy por el momento. Una vez cerrada la ventana se acabó la brisa y fue tal
el relámpago que dio la bienvenida a la fiesta de truenos y granizo que Jeremy
pegó un brinco y se acurrucó entre los dos humanos a pesar del calor asfixiante
de agosto.