diumenge, 25 de setembre del 2016

Jeremy






Jeremy tenía dificultad al respirar. La noche le transportaba a una espiral de pensamientos que se acumulaban uno tras otro sin dejar espacio al descanso. La luna no brillaba y la tormenta parecía acercarse a pasos largos hacia su habitación. El calor de agosto obligaba a abrir la ventana y respirar con esfuerzo la ligera brisa húmeda que anunciaba un cambio de tiempo. Desde su cama podía ver los relámpagos a lo lejos y el sonido de los truenos que decían “venimos a verte, venimos a verte”. En la calle solo unos pocos se atrevían a desafiar lo que estaba por venir y sus risas y el olor a porro irrumpían lo que parecía ser una noche perfecta para romper la rutina de un verano sofocante. 


Entre bostezos y un ojo abierto Jeremy pensaba en la inutilidad del ser humano. Suelen pedir esperando siempre algo a cambio y alardean de sus triunfos sin saber que la única verdad está dentro de ellos mismos. ¿De qué les sirve estar rodeado de tanta gente cuando en realidad mueren solos? Hablan en voz alta como si quisieran demostrar algo que ni ellos saben, comulgan con unas reglas que la sociedad ha establecido vete a saber dónde y algunos luchan por no romperlas porque no les queda otro remedio para ser aceptados por los demás. Esa necesidad continua de aprobación ajena y ese miedo al desprecio les llena de una angustia pasajera que como una idea tóxica viene y va circulando en el mismo sentido.


Jeremy no entendía la necesidad de los humanos por romper el silencio, cubrirlo de sueños inalcanzables que les llevan a fustraciones, desengaños y trastornos mentales innecesarios. Le costaba creer que las amistades pudieran destrozarte el corazón por ser fugaces, que el amor fuese tan necesario como para buscarlo durante una vida entera, que la soltería estuviese vista como la lacra de la existencia del individuo, que la pansexualidad fuese un desvarío del deseo y que la conciencia humana siga luchando por el reto de conseguir lo que ni ella sabe. Es difícil ser humano, es difícil perseguir un deseo sin saber qué camino coger, qué beso guardar como el definitivo, qué obsesión repetir para deshacerse de la inseguridad…


Son tantos los caminos amargos de la humanidad que vale la pena seguir siendo gato-pensó Jeremy. Algo bueno debe tener ser felino: te dan de comer, te miman, te tratan como cojín de peluche para rebajar sus fustraciones y te hablan con un tono de voz que a veces roza lo cómico.


La tormenta y el granizo daban las buenas noches a los pensamientos de Jeremy por el momento. Una vez cerrada la ventana se acabó la brisa y fue tal el relámpago que dio la bienvenida a la fiesta de truenos y granizo que Jeremy pegó un brinco y se acurrucó entre los dos humanos a pesar del calor asfixiante de agosto.