Johann se sentía atrapado en una espiral sin sentido, aparentemente. La rutina se había convertido en un juego tedioso, extremadamente pesado. Cada día en la oficina se movía de forma autómata, entre papeles y ordenadores. Por suerte no tenía que coger el teléfono ahora pues en más de una ocasión le habían comentado que su voz monótona aburría hasta a las plantas. Esto era algo que le sabía muy mal porque era amante de los gardens, se escapaba siempre que podía a admirar el colorido que daban las plantas y sus flores. Sentía verdadera fascinación por el color rojo, ese mundo le aportaba un placer difícil de explicar. De todos modos nunca compraba nada pues su mujer tenía un tipo de alergia que le imposibilitaba tener flores en casa.
Una mañana despertó diferente, no entendía qué le ocurría con exactitud pero le vinieron unas ganas desorbitadas de comprar regaliz roja. No se lo pensó dos veces, se cambió y fue directamente a la tienda de dulces. Se compró una bolsa llena de regalices rojas con zumo de fruta y se las comió todas.
Era sábado y la mayoría de gente se disponía a ir al mercado mientras él estaba sentado en un banco disfrutando de sus regalices.
Se preguntó si era feliz y se dio cuenta de que lo más parecido a la felicidad era el comer regaliz en un día como ese en el que aparentemente no tenía ni obligaciones ni compromisos. Definitivamente no era feliz, no amaba a su mujer desde hacía años... Ambos habían sido infieles sin habérselo dicho el uno al otro.
Tiró un trozo de regaliz a una paloma que se acercaba a él esperando que disfrutara de su mágico sabor. Para su sorpresa, la paloma no la quiso y salió volando como si presagiara que aquél no era ni el lugar ni el momento adecuado donde ir a pedir comida. Johann sonrió y lo hizo por primera vez como no lo había hecho desde hacía años.
Volar como la paloma, dejar el presente en el pasado.
¡Qué ricas están las regalices! -pensó. Tendré que comprarme más cuando viva solo.