Llega la mañana, abrimos la puerta y allí estás, mirando con tu carita alegre encima de la máquina de overlock para darnos los buenos días. Mueves tu cabecita y con un poco de imaginación diría que estás sonriendo. Te dejas acariciar y saltas al suelo. Restriegas tu cuerpecito ronroneando por la pared, te mueves entre nuestras piernas, agradecida de vernos. Nos llevas hacia la habitación donde está la comida para que controlemos que todo está bien, abrimos la puerta del patio pequeño mientras subes encima de la silla negra para ver lo que hacemos y al abrir el patio grande, restriegas tus uñas en el césped artificial. Es entonces cuando con esa voz infantil que nos sale de dentro sin saber por qué decimos “venga Ela, vamos para arriba”. Solías subir la escalera corriendo pero ahora que te has hecho un poquito más grande te quedas un rato en el piso de abajo hasta que decides subir.
Cuando subes al piso de arriba miras el pasillo y nos saludas uno a uno con la intención de entrar al patio pequeño y quedarte mirando la escalerita que lleva a la gran terraza, esa por la que tienes devoción. Te dejas acariciar, subes en la cama de tus abuelitos y en la mía mientras la estoy haciendo. Te asomas por la ventana abierta, te quedas mirando la calle disfrutando del aire fresco de la mañana. Después si sale la oportunidad intentas meterte en uno de los cajones que hay debajo de mi cama. Si no es así me miras y yo te lo abro para que entres y te quedes allí debajo, protegida entre las mantas como si no supiéramos dónde estás. Es entonces cuando te relajas y dejas pasar la mañana a no ser que te llamemos una y otra vez hasta que sales por sorpresa de tu escondite.
Cuando te cogemos te llenamos de besos y nos miras orgullosa; cierras los ojos y con la cabeza erguida escuchas todos los piropos que salen de nuestra boca. Te abrazo, te digo todas las palabras bonitas habidas y por haber, te beso, te siento, me sientes, es una simbiosis, nos entendemos, nos queremos. Te escondes en el tubo de juguete del patio y cuando pasamos simulas atacarnos pidiéndonos jugar. Sabes que hay una planta a la que se te permite ir, la del trigo y te restregas en ella, te subes encima, la muerdes y si está recién regada te vuelves loca de alegría. El bol rojo de agua que te pusimos es multiusos. Bebes en él, te mojas las patitas, lo mueves con la cara y ahora has aprendido a tirar esa agua moviendo la patita delantera en dirección contraria, como si fueras disléxica, hasta que cae toda en el césped artificial. Nos miras con sutileza no sea que no nos haya gustado mientras parece sonar una pequeña carcajada por haberte salido con la tuya. ¡Alguna vez has logrado pornerlo incluso al revés! Te escondes en la casita de mimbre que te compramos, te afilas las uñas en ella e incluso te escondes cuando quieres pasar desapercibida. En contadas ocasiones subes y entras en ella. Nos miras celebrando que has entrado porque nos gusta verte feliz.
El patio de arriba es una historia aparte. Como no queremos que te vayas por los tejados ya que una vez nos echaron la bronca, incluso amenazándonos en ponerte veneno, te compramos un arnés al que no le tienes mucho aprecio. Sin embargo, cuando lo ves ya sabes que nos vamos arriba y te pones contenta. Subimos la escalera, tu cola bien alzada, y entramos en la terraza. Las plantas, el cielo, espacio para correr...es tu lugar favorito. Vas de un lado al otro mientras me quedo leyendo en una silla. Te encanta ver el paisaje, el viento dándote en la cara, el sol regalándote su sonrisa...el mundo entero para ti. Un día pienso llevarte a un prado grande para que disfrutes como es debido.
Cuando decidí llevarte al cámping iba más orgulloso que un niño con su regalo de reyes. Te enseñamos la parcela, el avancé, la caravana y te presentamos a los vecinos. Recuerdo que lo observabas todo con los ojos bien abiertos y nosotros te mirábamos hipnotizados. ¡Te portaste tan bien en el viaje! Esa misma noche me puse a leer un libro contigo al lado mientras nos daba el fresquito. Desafortunadamente un gato apareció de la nada y se te tiró encima sin darte tiempo a reaccionar. Fue cuestión de segundos: el gato encima tuyo, yo encima del gato y tú amarrada sin entender nada de lo que pasaba mientras asustada tirabas del arnés. Fue la primera vez que sufriste un ataque de ansiedad, te cagaste y te measte encima. Todavía mantengo el tatuaje en el tobillo del arañazo que uno de los dos me metió. Siempre me he arrepentido de haberte llevado allí. Al día siguiente por la mañana te trajimos rápido a casa. Afortunadamente todo quedó en un susto.
Aquí te tengo, tumbada a mi lado, con tu collar rojo donde queda identificado quién eres y dónde vives, con el microchip que ya te pusieron. Eres tan buena, tan dulce, tan cariñosa...nos guiñas el ojo, te encanta que te besen y aunque yo lo haga en el lomo, al hacerlo te relames como si fuera algo muy rico. ¡Qué bonita eres! Has sido mi mejor terapia durante mi depresión, tu ronroneo me relaja y apacigua mis miedos. Eres un regalo de la naturaleza, un angelito para mí.
Eres todo amor. ¡Tan guapa! Agradezco al destino por ponerte en mi camino cuando te adopté.
Tenías que ser tú, mi petitona Ela.