Después de dar su última clase antes de vacaciones cogió el autobús número 15 hasta el barrio donde vivía. Todo seguía igual: la gente caminaba de un lado a otro, los coches conducían como locos y un ambiente sofocante lo ahogaba. Abrió el portal, entró en el ascensor y al cerrarse las puertas dejó el maletín en el suelo y se llevó las manos a la cara. Cuando llegó a su piso se abrieron las puertas, recogió el maletín del suelo y cerrando con un portazo que resonó en todo el edificio fue directo a la cama. Se tiró de golpe contra ella sin quitarse los zapatos dejando el maletín encima de la silla roja. No se movió durante una hora hasta que el calor le obligó a levantarse, quitarse la ropa, dejarla en el suelo y darse una ducha. Gastó un bote entero de gel y otro de champú. Sentía la necesidad de limpiarse una y otra vez de todo lo que el lunes le había impregnado dejándolo sucio de ideas y momentos necios. La casa estaba muy deficiente y todavía tenía los platos del fin de semana por limpiar. No pensaba hacerlo esa tarde. Desnudo abrió la nevera, cogió el bote de helado de tiramisú y sentado encima de la cama desecha comió y comió hasta que la angustia que le provocaba la ansiedad de aquella rutina le hizo dejar el helado en el suelo. Con la barriga llena y mal sentado encima de la cama se quedó unos largos minutos mirando al suelo sin pensar en nada, desecho, desnudo, sin ninguna pretensión más que la de dejar pasar las horas.
Llegó la noche del lunes. No podía soportar la idea de que la semana acabase de comenzar. Delante del televisor, con las ventanas abiertas y el pantalón del pijama puesto decidió perder los ojos sentado en el sofá. Había llegado el momento de jugar a ver pasar las horas en el reloj. Tenía una larga noche por delante para prepararse las clases y ver cómo el despertador sonaba a las seis y media. Como todas las noches desde que su novio lo dejó sabía que iba a pasar las horas con los ojos abiertos mirando las agujas del reloj del comedor.
Nada le resultaba más pesado que levantarse del sofá. Decidió no hacerlo. Ya le llamarían desde la universidad cuando no lo viesen venir. No pensaba coger el teléfono ni escuchar el contestador. Ya lo haría algún día o jamás, quién sabe. Ginés no estaba para más tonterías.
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