Son
muchas las veces que me he planteado hasta qué punto me he quedado
estancado en mi etapa escolar. De hecho, si fuera así, no me
sobrarían razones…
Mi
colegio fue una especie de campo de concentración o al menos ésa es
la percepción que tengo muchos años más tarde. A mis 38 años
recuerdo muy poco de la guardería y de los años antes de primaria.
Me vienen recuerdos de una profesora a la que temíamos por su
carácter fuerte y exigente que tenía una gemela a la que me había
cruzado más de una vez pensando que era ella. El miedo estaba
presente ya por entonces. Recuerdo una compañera que me enseñaba a
cordarme las zapatillas a hurtadillas hasta que una día la violenta
sacudida que me dio la profesora como castigo hizo que me mease
delante de todos. No sabría decir cuál fue la reacción de mis
padres al llegar con ropa nueva, la verdad. Creo recordar que le
dijeron que me había sentido algo indispuesto en clase.
Había
un ángel que nos transmitía mucha paz y cariño. La mala fortuna
hizo que esa profesora dulce, con gafas oscuras y labio curvado
muriese después de tener un accidente de coche.
Me
enseñaron a través del miedo. No puedo hablar de cómo es la
situación actual de aquél colegio. Quiero pensar que no tiene nada
que ver con lo que yo y mis compañeros llegamos a vivir. Cuando
entré a EGB no sabía en ningún momento todo lo que se me venía
encima. Por entonces fui consciente de la presencia del director de
la escuela…
Su
carácter era serio, seco, estricto, pedagógicamente violento y sin
ningún tipo de empatía. Era un director capaz de dominar los
sentimientos de todos los que estábamos en su escuela incluyendo a
los padres. Siempre vestido con su traje, su corbata, sus gafas y su
nariz afilada. No quiero olvidarme del pin que se ponía cada vez que
ganaba su equipo de fútbol. En alguna ocasión llegó a prohibir el
poder expresarse en lengua española como parte de su autoritarismo.
Llegó a ser omnipresente en nuestro pasado y aunque no fue capaz de
ello, pretendió serlo de nuestro presente y de nuestro futuro. Ello
no exime que más de una vez aparezca en mis sueños y recuerde en
momentos puntuales todas las restricciones que nos calaron en lo más
profundo de nuestro inconsciente.
Como
suele pasar con los psicópatas, pasado el tiempo recuerdo su forma
de caminar, sus manos en la amaricana, los pelos blancos y negros de
su nariz afilada; el color de sus gafas amenazadoras, los sonidos
nasales como parte de un comportamiento obsesivo liberador de estrés
pero un síntoma más para los alumnos de la verosimilitud del
terror, el pánico y la manipulación.
Los
profesores habían sido entrenados para seguir sus resoluciones sobre
la mejor manera de enseñar a los alumnos. Sin embargo, no se
asemejaban lo más mínimo a el director. Las amenazas contínuas de
quedarnos de 5 a 6 para copiar verbos como castigo, el tono agresivo
y altivo de las clases y las amenazas de enviarnos al despacho del
director eran parte de la enseñanza del miedo que me tocó vivir.
El
colegio entero se ponía en filas estratégicamente ordenadas. Cada
alumno dentro de un cuadrado del que no podía moverse y a poder ser
bien erguido con las manos detrás. El silencio reinaba en el patio
esperando a que el director apareciera con su pequeña libreta y su
bolígrafo plateado. Empezaban los susurros avisando de la presencia
del dictador. Silencio absoluto en un patio con más de 200 alumnos
alineados como si de un batallón de soldados se tratase. Las
profesoras se situaban delante de sus filas, mirando fíjamente a sus
alumnos y en algunos casos dando instrucciones en voz muy baja para
conseguir alienación más perfecta si aún cabía. Llegaba el
defensor del miedo, miraba la fila de alumnos y en algunas ocasiones
adelantaba su paso mientras los alumnos temíamos lo peor. De vez en
cuando se paraba delante de alguien y le pedía explicaciones en voz
alta para que todo el colegio escuchara el por qué de su mala
posición en el cuadrado de la muerte. Si lo creía conveniente te
preguntaba el nombre, tratándote como a un don nadie y apuntaba en
su libreta mientras decía “et quedes de cinc a sis” con
altanería y orgullo de jugador al conseguir puntos por haber
perfilado a un culpable. Una vez revisada la fila, el general daba el
visto bueno para que aquél primer batallón entrase en el edificio
camino de la clase. Así hasta que el colegio entero dejaba el patio
con el mismo silencio que había cuando los estudiantes hacían las
filas. Recuerdo haber visto en más de una ocasión al director
llevarse a un alumno en volandas por la oreja a su despacho. Aquello
no era miedo, era literalmente pánico lo que llegamos a sufrir.
No
quiero olvidarme de las puertas de las clases. Todas tenían una
pequeña ventana rectangular para mirar a través de ella. A menudo
no nos percatábamos de que estábamos siendo observados y por un
chivatazo mirabas de reojo todo asustado y veías dos ojos llenos de
odio y una nariz que dejaba huella en la ventana. En ese momento el
suelo se abría y el infierno resucitaba. Sentías morirte...cuando
se abría la puerta y él aparecía todos nos levantábamos con un
“bon dia senyor” dicho al unísono y nos quedábamos de pie, con
la espalda bien recta y mirando hacia adelante hasta que se le
antojase que debíamos sentarnos. Lo hacíamos con un “gràcies”
seguido de su nombre con la categoría de señor por delante. Los
chillidos en casos como estos en los que pillaba a alguien hablando
en mitad de una clase se escuchaban de punta a punta del colegio. El
levantarnos para dar los buenos días y el sentarnos dando las
gracias también era aplicable para los secretarios. “Bon dia,
senyor secretari”, “gràcies senyor secretari”. Mejor no
explicar lo que ocurría cuando se encontraba a alguien castigado de
pie en la entrada de la clase y él aparecía por el pasillo...te
miraba fíjamente hasta que te meabas del miedo.
Los
festivales de fin de curso eran incomparables. El director del campo
de concentración daba paso a un festival lleno de público por todos
los lados, sentados en gradas de forma ovalada y con los desgraciados
de los alumnos entreteniendo en el medio. Era tan exagerado desde la
mirada de un niño que ni el festival de eurovisión se asemejaba en
lo más mínimo. Estaba totalmente prohibido saludar a familiares o
salirse lo más mínimo de lo que se había estado ensayando durante
año y medio. La perfeción quedaba ninguneada ante tanta pomposidad
mientras él sonreía orgulloso entre los padres y alardeaba de los
resultados de su método disciplinario-educativo.
El
momento de la entrega de notas era todo un clásico. Iba clase por
clase, nos soltaba el mismo sermón cada año sobre el labrador que
tenía que trabajar duro durante todo el año para que las semillas
plantadas crecieran y se convertieran en grandes árboles con frutos.
Llamaba uno por uno a los alumnos con su voz seria y grave. “Tot
aprobat, enhorabona!” decía y los demás teníamos que aplaudir
como si de la entrega del postgrado más difícil del mundo se
tratase. Prefiero no hablar de los que suspendían...más de uno debe
seguir con tratamiento psicológico para aceptar que un ser tan
miserable haya pasado por su existencia llenándolo de inseguridades,
miedos y traumas de por vida.
Todavía
hay gente que me pregunta por qué los que fuimos a esa escuela
preferimos no hablar del tema...aquí queda escrita mi experiencia.
Cabe no olvidar que es un pequeño extracto de lo que fueron los
peores 10 años de mi vida.
¿Educación
a través del miedo?
Creo
que la respuesta es evidente….
PD:
después de revisar el texto he decidido dejar algunas de las faltas
ortográficas como muestra de la rebeldía que no pude vivir durante
esos años.
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