Desencadenan los sentidos cuando majestuosa la desigualdad vuelve a jurar no volver a ser tenue como la jubilosa furia. Desde la faraónica figura de un desheredado escritor guardando la única pieza del puzle cojo y llegando a la más mínima delicadez del frío de julio, se despierta la tristeza del que a sabiendas no conoce que renacen los olores por la mirada. No solo se pudren los sinsabores, si no que la belleza descalifica a diario la mente del que se siente inteligente.
¡Tanto luchar por las delicias de un futuro desagradable en destreza y en promesas que huelen a fregona marchitada en el moho de un desierto a plena luz del día!
Virulencia desengrasada en la desdicha de unas palabras vivas de pensamientos y logradas en cada uno de los sentidos de un cuadrado queriendo ser obsesivo del que no sabe ver más allá de unas gafas negras de polvo y pasado.
No se siente más lleno el que no sabe describirse si no el que no siente lo que las manos murmuran un mediodía de lujuria y verdad. Si cada uno de nosotros supiéramos tratar la fragilidad del oro negro, la duda volvería a generarse en el más absoluto desenfreno. De lágrimas se nace y se hace cada uno de los rayos que saben desfilar en el augurio de la eternidad menos cautelosa y ningunean los jilgueros cada una de mis intenciones por cantar con ellos la vivencia de una sonata zarandeada por pensamientos aniñados en el propio ensueño del castillo sin papel.
Curar la herida de la mañana para una larga tarde de recuerdos asfixiados en una competición por saber lograr la felicidad. Entre murmuros y celos juran cada uno de mis respiros que volverán los poemas a filtrarse en el color de la pureza verde. Cuando destacan los primeros, los que atrás quedaron dejan de ser quiméricas utopías para volverse a enrojecer como vulgares pensamientos del que siente por no saber sentirse.
Descuida, no pienses vida mía que dejaré de luchar por conocerte en este laberinto.
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