Me llamo Isabel González Pérez. Me llamo así en honor a mi abuela paterna. Antes se solía hacer mucho eso. Mis padres se llamaban Diego González Pérez y María Pérez Gádquez. Los dos nacieron en Murcia. Mi abuelo materno se llamaba Francisco González Pérez y mi abuela Ana (por eso tengo una hermana con el mismo nombre). Mis abuelos paternos eran Diego González Reverte e Isabel Pérez González (de ahí mi nombre).
Llegamos a ser siete hermanos. Bien, en realidad ocho porque uno de ellos murió a los pocos días de nacer. Como no estaba registrado y el Puerto quedaba a dos horas en burra, decidieron enterrarlo en la misma bodega donde teníamos la comida para los animales. En el local había trigo, cebada y todo lo que los animales tenían para alimentarse. De pequeña me daba respeto entrar sola pues sabía que allí estaba enterrado mi hermano junto a una cruz que lo recordaba. A veces me tenían que acompañar a que entrase por el miedo que me daba. Mi madre vivió siempre sabiendo que su hijo seguía enterrado allí. Recuerdo preguntarle de pequeña por qué lo enterraron allí y ella me contestaba que para tenerlo siempre cerca. No recuerdo los nombres que habían barajado ponerle. Si sé que nació como yo, en Los Pañeros, cerca del Cabezo, un cortijo de tres viviendas. La verdad es que era un secreto a voces pero nadie llegó a denunciar nada por no haber sido registrado y bautizado. De hecho, vivíamos con los Arredondo, los Grises y los Cayuelas que prácticamente eran como familia nuestra.
Nuestras casas blancas no llegaron a ser jamás pintadas excepto una de ellas. Antes lo hacían de forma muy diferente a como lo hacen ahora. Utilizaban una escoba a la vez que echaban yeso. Aunque parezca mentira en esa encrucijada de casas todo estaba muy limpio o al menos tan limpio como nuestras posibilidades nos lo permitían. Yo ayudaba ya con seis añitos a mi madre en sus tareas de ama de casa y más adelante a mi padre y hermanos con las tareas del campo. Sembrábamos trigo, cogíamos almendras, olivas y cuidábamos a los animales -gallinas que corrían a sus anchas, conejos que hacían sus propias madrigueras, cerdos,… El trabajo era muy duro porque no teníamos máquinas como ahora sino que se trabajaba con oz y azada para poder sembrar el campo. Lo peor de todo era que el terreno no era nuestro sino de un amo que no recuerdo haber visto nunca. Éste enviaba a un mensajero para hacer las cuentas con los hombres mientras que las mujeres se dedicaban a sus labores. De todo el trabajo realizado con el esfuerzo y el sudor del calor sofocante de Murcia, el mensajero se llevaba más de la mitad de los beneficios. Aquello sí que era una vida de esclavos. Aún así, siguiendo la picaresca huertana, más de una vez se le había engañado para poder quedarse con más de lo que le tocaba.
La comida habitual era migas, guisado con macarrones, carne, sofrito, gurullos, garbanzos, habichuelas y lechugas hasta que se acababan. Nosotros mismos hacíamos el pan en pequeños hornos que teníamos en las entradas de las casas. Amasábamos la harina y una vez hecho el pan limpiábamos los hornos del quemado y de la suciedad que podía quedar después de pasarnos las horas allí. Vivíamos de otra manera, no había tanta maldad como ahora. Sobrevivíamos como podíamos.
En el mercado del Puerto vendíamos animales los martes y los viernes, huevos y otros alimentos. Los recoveros compraban lo que llevaban los payeses como nosotros. A veces ganábamos algunas perrillas para poder pasar unos días. Íbamos en una de las burras que teníamos y las pobres bajaban y subían cargadas. Sólo Dios sabe lo que sufrieron esos animales.
Ahora tengo demencia y mis fantasmas no me dejan recordar nada más de lo que fui o de lo que fueron mis circunstancias. ¿Es la vida el cielo, el purgatorio o el mismísimo infierno?
Dedicado a mi abuela que con 84 años convive con demencia, una terrible enfermedad que la va apagando día tras día.
Tu abuela puede que no se entere de esto (he dicho puede) pero seguro que siempre ha sabido lo que la quieres y la respetas...
ResponEliminaCon permiso, te lo copio para mi familia, mi madre, mis tias y tios.. lo has descrito muy bien todo..
Un abrazo grande para ti y otro para tu abuela, de eso seguro que si se da cuenta.
¡Muchas gracias! :)
ResponEliminaCon lágrimas en los ojos, te aseguro que me ha encantado. Un buen homenaje a nuestra querida yaya.
ResponEliminaMi queridísima prima Isa,
ResponEliminame alegro de que te haya gustado. Tú y yo sabemos lo que estas palabras significan porque nos tocan demasiado cerca. Nuestra yaya...Todo en esta vida tiene un principio y un final. Hay que aceptarlo.